Tenochtitlan cumple 700 años: ¿qué tanto entendemos de la ciudad que dio origen a México?

Este 2025 se conmemoran 700 años de la fundación de Tenochtitlan, la ciudad que fue el corazón del imperio mexica y que aún palpita bajo el concreto de la Ciudad de México. Fundada según la tradición el 13 de marzo de 1325, en medio de un islote en el lago de Texcoco, Tenochtitlan no solo fue una de las urbes más avanzadas de su tiempo, sino también un símbolo de organización, tecnología hidráulica y cosmovisión indígena que sigue siendo esencial para comprender la historia del país.

Lo que comenzó como un asentamiento de peregrinos guiados por la señal del águila devorando una serpiente, se transformó en una metrópoli con complejas chinampas, calzadas flotantes, templos imponentes y un sistema político-religioso sofisticado. Su grandeza no pasó desapercibida: en 1519, cuando Hernán Cortés llegó a sus orillas, la comparó con Venecia por sus canales, su riqueza y su dinamismo urbano. Tenochtitlan contaba con mercados que servían a más de 60 mil personas al día, una red de agua potable que llegaba por acueductos y una estructura social tan clara como jerárquica.

El aniversario 700 no es solo un número. Es una oportunidad para repensar lo que sabemos (o creemos saber) sobre nuestras raíces. Porque hablar de Tenochtitlan es hablar también del despojo y la resistencia, del mestizaje forzado, de la sobrevivencia de lenguas y tradiciones, y del modo en que esta civilización fue sistemáticamente invisibilizada durante siglos. Hoy, en cada nombre de calle náhuatl, en cada danza, en los códices digitalizados o en los altares que sobreviven en barrios como Iztapalapa o Tlatelolco, sigue viva una parte de esa memoria.

El Instituto Nacional de Antropología e Historia ha preparado una serie de actividades y exposiciones para este 2025, incluyendo muestras en el Museo del Templo Mayor y programas educativos que buscan conectar a las nuevas generaciones con la historia prehispánica. Sin embargo, lo más potente quizá no venga de los museos, sino del acto cotidiano de reconocer que bajo el asfalto de la megalópolis, hay una ciudad ancestral que nunca ha dejado de existir.

La verdadera pregunta es: ¿qué nos enseñan 700 años de Tenochtitlan en un país que aún lucha por reconocer su pluralidad indígena? La conmemoración no debería quedarse en desfiles ni placas conmemorativas. Debería impulsarnos a reflexionar sobre la deuda histórica que persiste con los pueblos originarios, sobre los saberes que se han perdido y sobre aquellos que aún están a tiempo de recuperarse.

Celebrar Tenochtitlan hoy es un acto político y cultural. Es mirar al pasado no con nostalgia, sino con la intención de hacer justicia. Porque la historia no está escrita en piedra, sino en las decisiones que tomamos para honrarla o ignorarla.

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