A los 17 años, Rodrigo Cossío Pérez no solo representa a la Escuela Preparatoria de Matehuala, sino que se convierte en un emblema vibrante de México en el Campeonato Mundial de Kickboxing en Alemania. Su historia no es la típica de un deportista; es un relato donde la disciplina y la pasión se entrelazan como un duelo coreografiado entre fuerza y mente.
Desde que descubrió el kickboxing a los 12 años, Rodrigo se sumergió en un universo donde cada golpe es una metáfora del esfuerzo y cada entrenamiento, una pequeña batalla ganada. Su ascenso meteórico, coronado por una victoria por knockout en el selectivo nacional, lo catapultó a un escenario donde los nervios y la adrenalina se mezclan en proporciones casi alquímicas.
El joven peleador no habla de victorias anticipadas ni de títulos; su enfoque está en dejar claro que su lugar en el ring es merecido, que su presencia no es casualidad ni suerte, sino el resultado de un trabajo tan intenso como el sudor que empapa su entrenamiento diario. “Lo más difícil es la parte mental”, confiesa, recordándonos que el verdadero combate muchas veces sucede en el interior.
Rodrigo no está solo en esta travesía. Con el respaldo de su familia, profesores y su entrenador Alonso Candia, navega entre trámites y sueños, con la certeza de que cada paso —desde la visa hasta el pasaporte deportivo— es un ladrillo más en la construcción de su futuro. Sus padres, aunque escépticos por la naturaleza del deporte, han aprendido a ser sus mejores aliados, con risas que alivian el rigor de un camino poco convencional.
Un dato curioso: la primera competencia de Rodrigo ocurrió apenas seis meses después de empezar a entrenar, y esa victoria fue un punto de inflexión que le hizo enamorarse para siempre del kickboxing. Esa mezcla de juventud e ímpetu es el combustible que lo lleva a soñar con estudiar Derecho después, demostrando que cuerpo y mente pueden ir de la mano hacia metas tan diversas como ambiciosas.









