En un rincón donde el musgo cubre las piedras como si quisiera proteger la memoria, una historia nació entre el susurro de los árboles y la lengua antigua del tének. Hoy, esa historia se sube a un avión —no para perderse entre luces extranjeras— sino para rugir desde el corazón de la Huasteca hasta el Festival de Cannes. Tekenchu, el guardián del bosque, es más que una película: es una reivindicación de lo que somos cuando nos atrevemos a mirar atrás con los ojos bien abiertos.
Dirigida por el potosino Carlos Matienzo Serment, y producida por Santiago Rangel Mancilla y Milko Luis Coronel, la cinta fue rodada en locaciones emblemáticas de San Luis Potosí, esas que los turistas a veces fotografían por accidente y los locales aprenden a amar con los años. No hay decorado aquí, solo verdad: montañas que respiran, caminos que crujen, comunidades que aún hablan en voz baja un idioma que resiste como una raíz antigua. El filme se presenta en español y tének, no como gesto exótico, sino como acto político y profundamente poético.
La historia es sencilla y brutal: Rafael, joven minero, sobrevive a un ataque y despierta en el bosque, cuidado por dos hermanas. Pronto, entre fiebre y silencio, descubre una vieja leyenda: la de Tekenchu, criatura feroz y sagrada que defiende a los suyos con dientes, alma y viento. Lo que parecía ser una convalecencia se vuelve descenso: a la selva, al mito, al miedo. Porque a veces, para sanar el cuerpo, hay que enfermar el alma un poco.
Lo interesante —y lo que tiene a los europeos con las cejas levantadas— es que esta historia de sombras y sangre no viene de un estudio en CDMX ni de una cabeza obsesionada con el éxito internacional. No. Viene de un equipo local, de un equipo que cree que el horror también puede ser un vehículo de identidad, de resistencia. El filme ha sido seleccionado por el Blood Window Showcase del Marché du Film en Cannes, vitrina de lo fantástico y lo inclasificable, lo que no cabe en las categorías limpias del cine bonito.
Y como todo lo bueno, esto no surgió por generación espontánea. La producción tuvo el respaldo logístico de la Secretaría de Turismo del estado, que entendió —con inusual lucidez— que un bosque filmado puede ser tan poderoso como un folleto bien impreso. San Luis Potosí sigue consolidándose como destino cinematográfico, no solo por sus paisajes, sino por su talento. El cine, al fin, como un nuevo modo de andar los caminos.
Algunas curiosidades que se susurran en los pasillos del proyecto: la criatura Tekenchu está inspirada en relatos reales escuchados en distintas comunidades tének, donde se habla de un protector invisible de la montaña. El nombre se tomó de una palabra que significa algo así como “el que cuida desde el espesor”. Además, la mayoría del elenco local es bilingüe, y durante el rodaje se implementaron ceremonias tradicionales para pedir permiso a la tierra antes de filmar. Detalles que no aparecen en pantalla, pero que se sienten.