Ser joven en México hoy es, más que una etapa, un desafío. En un país donde la desigualdad, la violencia y la falta de oportunidades se entrelazan, las juventudes nos vemos obligadas a construir su futuro en terrenos inestables. Se nos exige experiencia, pero se nos niegan las primeras oportunidades; se nos pide participación, pero se nos excluye de las decisiones que nos afectan directamente.
Uno de los principales retos que enfrentamos las juventudes mexicanas es el acceso a la educación y al empleo digno. Aunque miles de jóvenes logran ingresar a las universidades, muchos no concluyen sus estudios debido a la precariedad económica o a la necesidad de trabajar. Y quienes sí terminan, a menudo se enfrentan a un mercado laboral que ofrece sueldos bajos, contratos temporales y pocas posibilidades de desarrollo. En México, el talento no siempre garantiza un lugar en la mesa: muchas veces, el mérito se pierde en el laberinto de las conexiones y el clasismo.
A ello se suma la crisis emocional y social que atraviesan las nuevas generaciones. La incertidumbre, la ansiedad y la falta de redes de apoyo han convertido la salud mental en un tema urgente. Sin embargo, sigue siendo un tabú. Se habla poco de cómo la presión por “salir adelante” y cumplir con las expectativas familiares y sociales puede desgastar la autoestima y apagar los sueños.
Las juventudes también enfrentamos un contexto político que nos ha dejado al margen. Aunque somos protagonistas en movimientos sociales, ambientales y feministas, nuestra voz rara vez tiene un espacio real en la toma de decisiones. Se nos llama “el futuro del país”, pero se nos niega el presente.
A pesar de todo, la juventud mexicana seguimos siendo un motor de cambio. Somos creativos, resilientes y valientes. Desde el arte, la tecnología, la educación y el activismo, miles de jóvenes estamos construyendo nuevas formas de pensar y de vivir, cuestionando las estructuras que nos heredaron y buscando que nuestro país nos ofrezca algo más que promesas.
Hablar de los retos de las juventudes en México es hablar también de esperanza. Porque en medio de las dificultades, hay una generación que no se rinde. Una generación que exige justicia, oportunidades y dignidad. Y si el país decide escucharnos, quizás logremos construir, por fin, un futuro que no nos expulse, sino que los abrace.
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