Más de seis mil personas tiñeron de colores la explanada del Zócalo capitalino al desplegar la bandera LGBTIQ+ más grande hasta ahora vista.
No es una exageración decir que el Zócalo vibró. Bajo un cielo encapotado y entre la lluvia fina de junio, miles de personas tejieron un momento histórico: desplegaron la bandera LGBTIQ+ más grande del mundo en el corazón político de México. No hubo fuegos artificiales, pero sí una imagen que recorrió el mundo como símbolo del orgullo, de la visibilidad, y sobre todo, de la permanencia de una lucha que sigue escribiéndose en presente.
El evento, parte de las celebraciones del Mes del Orgullo, no fue una postal efímera. Fue una declaración. Entre paraguas arcoíris y consignas que hablaban de amor, libertad y justicia, quedó claro que el activismo no ha cedido terreno: se transforma, se adapta y se apropia del espacio público como una forma de resistencia festiva. El Zócalo, ese mismo que ha visto marchas, protestas y celebraciones de toda índole, hoy fue un lienzo para una de las banderas más significativas de este siglo.
La ceremonia estuvo cargada de simbolismo. Clara Brugada, jefa de Gobierno, tomó el micrófono para decir que la Ciudad de México sigue siendo una punta de lanza en la defensa de los derechos humanos. “El corazón de la Ciudad de México es el corazón de la diversidad”, dijo ante una explanada tapizada de cuerpos diversos. Y no es un mero discurso: desde hace años, la capital ha implementado políticas públicas que, aunque no exentas de críticas, marcan diferencia en el contexto latinoamericano.
La secretaria de Cultura local, Ana Francis López Bayghen, subrayó que estos actos no son gestos vacíos ni performativos: son parte de una programación que busca hacer de la cultura una herramienta de inclusión efectiva. En otras palabras, no se trata solo de ondear la bandera, sino de construir un entorno donde cada persona pueda vivir con dignidad, sin miedo y con orgullo.
Mientras el mundo se fractura en discursos de odio, regresiones conservadoras y violencias normalizadas, gestos como el del Zócalo adquieren un valor estratégico y emocional. Es un recordatorio de que los derechos conquistados pueden perderse, pero también de que la alegría —cuando es colectiva, política y compartida— tiene la fuerza de un manifiesto.









