Durante años, los denisovanos fueron un misterio casi mitológico en la historia humana: sabíamos que existían por un pequeño hueso del meñique hallado en Siberia, pero no teníamos ni rostro ni cuerpo. Eso cambió radicalmente en junio de 2025, cuando dos investigaciones publicadas en Science y Cell concluyeron que el célebre “Hombre Dragón” —el cráneo hallado en Harbin, China— pertenece en realidad a esta antigua y esquiva población humana.
El cráneo, descubierto en el noreste de China y nombrado originalmente Homo longi, desató polémica en 2021 por sus rasgos únicos. Sin embargo, nuevas pruebas genéticas y proteómicas dirigidas por la paleogenetista Qiaomei Fu confirman que no se trata de una especie distinta, sino del fósil más completo conocido de un denisovano. Con una cara ancha, pómulos suaves y una complexión robusta, el “Hombre Dragón” le da por fin rostro a este linaje humano extinto que habitó Asia hace más de 100 mil años.
Para llegar a esta conclusión, el equipo analizó fragmentos de proteínas y ADN rescatados de la placa dental del cráneo. Aunque hubo contaminación humana —inevitable por el manejo de los restos—, lograron identificar variantes genéticas que coinciden con las de otros siete individuos denisovanos conocidos. Así, múltiples métodos convergieron en la misma verdad: el “Hombre Dragón” era un denisovano.
Este hallazgo transforma la forma en que entendemos la evolución humana en Asia. No solo amplía el mapa de los denisovanos más allá de Siberia, sino que también permite reinterpretar fósiles previamente aislados que podrían pertenecer al mismo grupo. La anatomía del cráneo, combinada con datos moleculares, sugiere una adaptación a climas fríos y una notable diversidad dentro de la especie humana antigua.
Queda aún la controversia del nombre. Algunos proponen adoptar el término Homo longi para designar a los denisovanos. Otros, como el Nobel Svante Pääbo, prefieren no dividir en especies lo que fue una red de poblaciones humanas emparentadas que se mezclaban y compartían descendencia fértil. Lo cierto es que ahora, más que una sombra en los árboles genealógicos de nuestra especie, los denisovanos tienen huesos, rostro y hasta una historia más tangible.
En medio de esta revelación, una idea persiste con más fuerza que nunca: los humanos somos una compleja telaraña de antiguos encuentros. Y en alguna parte, aún hoy, pequeños fragmentos de ese “Hombre Dragón” siguen vivos, mezclados en nuestro ADN.









