Un acto “heroico” a los ojos del machismo: Seguir nuestro camino como si nada hubiese pasado, aún y cuando hemos sido violentadas, superar la adversidad con dolor, pero en silencio.
Ese acto que muchas veces la sociedad ha disfrazado y confundido con resiliencia, enalteciéndolo por ser concordante con los estereotipos impuestos a nuestra “condición de mujer”: calladas, sumisas, obedientes.
Un grito silencioso que nadie escucha, una lucha interna entre lo que es y lo que sabemos debería ser; muchas vivimos el dolor en soledad y ese sentimiento de impotencia que a veces confunde.
¿Por qué aún no he podido hablar? ¿Por qué tengo miedo de gritar y exigir justicia? ¿Por qué lo normal, ha llegado a ser vivir en un ciclo sin fin de violencia?
En silencio, admirar de lejos a cientos de mujeres que con valentía y contra todo pronóstico luchan por alcanzar justicia, por gritar su historia y ser escuchadas; un mensaje esperanzador de empatía, solidaridad, colectividad y fortaleza.
Esa añoranza de que todos los días fuesen el 8M; porque ese día, aún y cuando no estamos todas, las mujeres deciden unir sus voces para resonar con fuerza una historia en común, una historia que lamentablemente ha sido escrita por la violencia machista.
La sociedad nos ha hecho creer que el camino del silencio pareciera el más sencillo, un camino en donde nadie juzgará, ni cuestionará lo sucedido, en donde tal vez con el tiempo se logren borrar de nuestra memoria los recuerdos traumatizantes; y si “bien” nos va, podamos seguir adelante con cicatrices imborrables.
La falta de redes de apoyo, el miedo a ser juzgadas y peor aún a ser culpabilizadas cuando se decide pedir ayuda, son solo algunas de las circunstancias que influyen en prolongar la cultura del silencio; aquella que no es desaprovechada por el machismo, pues entre menos hablemos más cómodo resulta seguir prolongando la violencia, cuanto menos exijamos, más cómodo resulta seguir oprimiendo.
La cultura del silencio de la mano con el pacto patriarcal, son la incubadora de la violencia en contra de la mujer; porque mirar hacia otro lado, minimizar y hacer como si nada pasara, en realidad es COMPLICIDAD.
Alzar la voz y exigir siendo mujer es un acto de rebeldía, romper el patrón preestablecido significa desafiar la construcción social impuesta desde hace siglos.
Las estadísticas son graves, pero se pone aún peor cuando reconocemos que detrás de cada mujer que denuncia y decide buscar ayuda en un contexto de violencia, existen otras miles que, por un sinfín de factores invisibilizados por años, deciden guardar silencio.
¿Por qué la marcha del 8M intimida?
Intimida, porque en un entorno patriarcal, la cultura del silencio forma parte indispensable de su permanencia.
Muchas hemos sido víctimas de algún tipo de violencia por lo menos en una ocasión a lo largo de nuestra vida; algunas alzamos la voz, otras tantas decidimos callar por miedo, incertidumbre, falta de apoyo o el sometimiento de años.
Ojalá todos los días fuesen el 8M, para que aquellas que aún no encuentran la forma de gritarlo, se reconozcan en las otras, sepan que no están solas, que su historia no está aislada y que somos muchas gritando por ellas.
Cada una desde nuestra trinchera, mantengamos la solidaridad, la empatía y convirtámonos en verdaderas redes de apoyo, no permitamos que el silencio se siga normalizando y acompañémonos en este caminar colectivo que iniciaron nuestras antepasadas y continuará con nuestra descendencia, porque
EL HARTAZGO YA HA SUPERADO AL MIEDO Y NO HAY VUELTA ATRÁS.
