El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, no es solo una fecha en el calendario, sino una convocatoria que año tras año se hace más fuerte, más masiva, y sobre todo más necesaria. Es un recordatorio de que la lucha por la igualdad, la justicia y el reconocimiento sigue vigente. En cada rincón del mundo, miles de mujeres nos reunimos para alzar la voz y exigimos una sociedad donde podamos vivir tranquilas.

Este 8 de marzo, como cada año, llenamos las calles de morado, pancartas y consignas que reflejan tanto el dolor como la esperanza. Las marcha no es solo una manifestación de descontento ante las desigualdades que persisten y la falta de respuestas, sino también hacer visible para la sociedad lo que vivimos día con día como mujeres.

Las mujeres marchamos por las que no pueden, por las que nos arrebatan y por las que  vendrán.

Sin embargo, la marcha no solo se da en las calles. Es también un llamado a reflexionar sobre los espacios que ocupamos, las políticas que nos gobiernan y las estructuras sociales que aún mantienen a las mujeres en desventaja. Es un recordatorio de que la lucha no se limita a un solo día, sino que es un proceso continuo que exige la colaboración de todas las personas, independientemente de su género. Las conquistas del feminismo no solo benefician a las mujeres, sino a toda la sociedad.

A lo largo de los años, las movilizaciones han tomado diversas formas, desde el «Ni una menos» hasta el «Vivas nos queremos». Cada lema, cada marcha, refleja la urgencia de la transformación. Las mujeres no solo pedimos un cambio en las leyes, sino también un cambio profundo en la conciencia colectiva, una revalorización de nuestro rol en la sociedad, la familia y el trabajo. La lucha feminista es también una lucha por la paz y por la solidaridad.

El 8 de marzo no se celebra, se conmemora y se reflexiona sobre la situación que como mujeres vivimos.