Domingos sobre ruedas y patas: la avenida Carranza como ritual potosino de bienestar

Hay un momento en que la ciudad se vuelve humana. No por decreto, sino por costumbre. Cada domingo por la mañana, la avenida Venustiano Carranza en San Luis Potosí se transforma: el rugido de los motores da paso al ritmo pausado de pasos, pedaleos y ladridos. En ese pequeño milagro urbano, potosinos de todas las edades descubren que el asfalto también puede ser hogar del bienestar, no solo del tránsito.

Caminar por Carranza un domingo temprano es como darle tregua al cuerpo y al alma. La caminata se convierte en una forma de meditación móvil, una pausa activa que entre árboles centenarios y edificios porfirianos, nos reconcilia con el entorno. No se trata de llegar rápido, sino de llegar mejor: al propio centro emocional, a una conversación pendiente, a una observación que el bullicio de la semana no permite.

Quienes optan por correr encuentran en la avenida un gimnasio a cielo abierto, sin cuotas ni espejos, pero con una comunidad implícita. No hay aplausos ni cronómetros, solo la compañía silenciosa de otros cuerpos sudorosos que también han decidido que el domingo es para sí mismos. El ejercicio en este espacio no es imposición, sino elección: correr aquí es un gesto de libertad.

Las bicicletas, mientras tanto, ruedan como metáforas de equilibrio. Desde los niños que aprenden a pedalear hasta los adultos que redescubren la infancia con cada rodada, la bici es un símbolo del domingo potosino. Carranza se vuelve una pista segura para explorar la ciudad a otra velocidad, una donde se ven los detalles: la tiendita antigua, el señor del acordeón, la sombra perfecta para descansar.

Y no hay que olvidar a los verdaderos protagonistas de muchas de estas mañanas: las mascotas. Carranza es, para muchos perros, el clímax semanal de su existencia. Con lenguas afuera y colas agitadas, contagian su entusiasmo a humanos distraídos. Es un desfile peludo que va desde el chihuahua con suéter hasta el gran danés estoico. En ese tramo cerrado al tráfico, ellos también son ciudadanos con derecho al esparcimiento.

Un dato curioso: en ciudades de todo el mundo, desde Bogotá con su Ciclovía hasta París con sus «Rues aux enfants», cerrar temporalmente avenidas para las personas ha demostrado beneficios en salud, convivencia y hasta economía local. Carranza, sin proponérselo de forma oficial, replica esta tendencia global desde lo local, recordándonos que la calle puede ser más que un canal de automóviles: puede ser una plaza lineal, un parque improvisado, un ritual colectivo. 

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