La Universidad de Florida ha implementado una estrategia inesperada y tecnológica para enfrentar a las pitones birmanas que invaden los Everglades: conejos robóticos diseñados para imitar a la perfección a sus contrapartes reales. Esta innovación busca atraer a las serpientes y facilitar su captura, en lo que podría convertirse en un cambio radical para la conservación de los ecosistemas del sur del estado.
El problema no es nuevo: las pitones birmanas llevan décadas expandiéndose en Florida, desde su introducción en los años 80 por liberaciones no controladas. Con su habilidad para adaptarse y reproducirse sin depredadores naturales, han diezmado poblaciones de fauna nativa y alterado el equilibrio ecológico. Los intentos por frenarlas han incluido perros rastreadores y cazadores especializados, pero ninguno había despertado tanto interés —ni mostrado resultados tan prometedores— como los conejos mecánicos.
Estos señuelos, desarrollados por los profesores Robert McCleery y Chris Dutton, son peluches equipados con motores, calefactores y sensores que replican movimientos y temperatura corporal de un conejo real. Además, integran cámaras inteligentes y funcionan con energía solar, enviando alertas en tiempo real cuando detectan actividad de serpientes. Los resultados preliminares son alentadores, y ya se trabaja en agregar aromas que incrementen su efectividad.
Más allá de la curiosidad que despierta la imagen de un peluche cazando pitones, este proyecto revela el poder de la tecnología para resolver problemas ambientales complejos. Respaldado por instituciones como el Distrito de Manejo del Agua del Sur de Florida y la Florida Fish and Wildlife Conservation Commission, el método elimina dilemas éticos y logísticos, ofreciendo una alternativa viable para la erradicación de esta especie invasora.
Si logra consolidarse, el uso de conejos robóticos podría marcar un antes y un después en la lucha contra las pitones, demostrando que la innovación y la ciencia aplicada son herramientas cruciales en la defensa de los ecosistemas. En palabras de McCleery: “Si tenemos que usar peluches electrónicos para salvar la biodiversidad, que así sea”.









