Quince años han pasado desde que la UNESCO reconoció al Camino Real de Tierra Adentro como Patrimonio Mundial, y el tiempo no ha hecho más que profundizar la fascinación por esta ruta que atraviesa paisajes, culturas y siglos. Desde la exhacienda de Arroyos, en San Luis Potosí, se recordó que este camino no solo fue un trayecto geográfico, sino una arteria vital que dio forma a la historia de la región y a la identidad de sus gentes.
El Camino Real nació bajo la Corona Española como una vía esencial para el transporte de mercancías desde la capital del virreinato hacia los territorios del norte, llegando hasta Santa Fe, Nuevo México. Su denominación, “tierra adentro”, evocaba lo desconocido, lo que se extendía más allá de los límites conocidos, un territorio lleno de desafíos y promesas que despertaba la imaginación y el esfuerzo de quienes lo recorrían.
No eran solo metales preciosos los que viajaban por esta ruta. Maíz, sal, vino, madera y herramientas compartían camino con ideas, creencias y costumbres que, al cruzarse, tejieron una red de intercambios culturales y sociales entre regiones que hoy parecen distantes, pero que entonces estaban conectadas por una urgencia común: sobrevivir y prosperar en la tierra ignota.
La exhacienda de Arroyos, escenario de la conmemoración, es un testigo silencioso de este devenir histórico. Su arquitectura estratégica y su ubicación la convirtieron en un punto de referencia para los viajeros y comerciantes. Como destacó David Vázquez, presidente del Colegio de San Luis, esta hacienda formaba parte de los accesos de San Luis Potosí rumbo al norte y, durante mucho tiempo, fue la vía principal hacia la Ciudad de México antes de la construcción de carreteras modernas como la 57.
Entre los asistentes al evento, se reunieron cronistas, investigadores y especialistas de diversas instituciones, desde el INAH hasta universidades locales. La conmemoración no fue solo un acto ceremonial, sino un foro de reflexión sobre los itinerarios culturales latinoamericanos, la caminería prehispánica y la necesidad de fortalecer la memoria histórica de estas rutas, recordando que los caminos no solo transportan bienes materiales, sino formas de vida.
Un dato curioso resalta aún más la riqueza del Camino Real: además de conectar ciudades y comunidades, estos trayectos fueron auténticas “universidades móviles”, donde los viajeros compartían técnicas agrícolas, tradiciones religiosas y conocimientos médicos rudimentarios. Cada paso sobre el polvoriento sendero era una lección viva de intercambio y supervivencia que, siglos después, aún inspira investigaciones y preservación cultural.
Hoy, el Camino Real de Tierra Adentro sigue siendo un testimonio tangible de historia viva, uniendo culturas, economías y religiones en un mismo recorrido. Como concluyó David Vázquez, “además de mercancías, estos caminos transportaban formas de ser, de vivir y de entender el mundo”. Su reconocimiento por la UNESCO no es solo un título honorífico: es un recordatorio de que la historia, cuando se camina y se comparte, nunca deja de moverse.









