Este 7 de mayo de 2025 marca el inicio del cónclave, una ceremonia solemne y cargada de historia en la que la Iglesia Católica elige a su nuevo líder espiritual. Tras el fallecimiento del Papa Francisco, los ojos del mundo se posan nuevamente en la Capilla Sixtina, donde cardenales de todo el mundo se reúnen bajo estricto secreto para decidir el futuro del papado.
El cónclave, palabra que proviene del latín cum clave (literalmente «con llave»), refiere al encierro de los cardenales electores para garantizar un proceso libre de influencias externas. En esta ocasión, participan 124 cardenales menores de 80 años, provenientes de todos los continentes, quienes han jurado confidencialidad absoluta. La dinámica es clara: votaciones sucesivas que requieren una mayoría calificada de dos tercios (al menos 83 votos) para elegir al nuevo Pontífice.
Durante cada jornada del cónclave, se celebran hasta cuatro votaciones. Tras cada ronda, se quema la papeleta con una mezcla química que produce el tradicional humo: negro si no hay decisión, blanco si se ha elegido Papa. En ese momento, repican las campanas de San Pedro y se anuncia al mundo con la emblemática frase: Habemus Papam.
El cónclave de este año se distingue por una fuerte expectativa sobre el perfil del nuevo líder: ¿continuará con la línea reformista de Francisco?, ¿reforzará la línea tradicional?, ¿será el primer Papa proveniente de África o Asia en la era moderna? Estas son algunas de las preguntas que resuenan tanto en los muros vaticanos como en la comunidad internacional.
Entre los posibles candidatos destacan figuras como el cardenal Matteo Zuppi de Italia, el ghanés Peter Turkson y el filipino Luis Antonio Tagle, todos con trayectorias sólidas, carisma internacional y visiones muy distintas del papel de la Iglesia en el siglo XXI.
Dato curioso: El cónclave más largo del siglo XX duró tres días (1922), mientras que el más corto apenas 26 horas (2005). A diferencia de otras votaciones, los cardenales no pueden hacer campaña, pero sí dialogan en encuentros previos conocidos como congregaciones generales, donde se perfilan ideas y posturas. Además, el nuevo Papa no está obligado a ser cardenal, ni siquiera sacerdote, aunque eso no ha sucedido desde el siglo XV.