África no se rompe de golpe: se abre con la paciencia de la Tierra antigua. Científicos han confirmado que el Rift de África Oriental avanza en un proceso geológico profundo y silencioso que, con el paso de millones de años, dará origen a un nuevo océano. No se trata de una catástrofe inmediata, sino de una metamorfosis lenta que reescribe la historia del planeta desde sus entrañas.
En esta vasta cicatriz terrestre, las placas Nubia y Somalí se desplazan en direcciones opuestas apenas unos milímetros por año. Ese movimiento casi imperceptible es suficiente para provocar grietas, volcanes y sismos en regiones de Etiopía, Kenia y Tanzania. El suelo se estira, se adelgaza y cede, como si el continente respirara hondo antes de cambiar para siempre.
El origen de esta fractura se remonta a decenas de millones de años atrás, cuando fuerzas internas comenzaron a empujar la corteza africana desde abajo. Sin embargo, fue en tiempos recientes cuando el fenómeno capturó la atención global, especialmente tras la aparición de una enorme grieta en Kenia que evidenció que el proceso no es teórico, sino tangible y activo.
Hoy, los científicos coinciden en que África se divide lentamente en dos grandes bloques. Al oeste, la placa Nubia conserva la mayor parte del territorio continental; al este, la placa Somalí comienza su viaje geológico hacia un destino oceánico. Entre ambas, el paisaje cambia: brota magma, se abren fallas y el relieve se transforma con una lógica que solo el tiempo profundo comprende.
La fractura se extiende desde el Mar Rojo hasta el sureste africano y marca el nacimiento de un océano que aún no existe, pero que ya se anuncia en la piel del planeta. Aunque ningún mapa cambiará en nuestra generación, el proceso recuerda que la Tierra no es un escenario fijo, sino un organismo vivo, siempre en movimiento, siempre escribiendo su propia historia.








