Ponciano Arriaga: el jurista fraterno que hizo del derecho un acto de conciencia

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En San Luis Potosí, el Día del Abogado Potosino honra una tradición jurídica que tiene nombre propio: Ponciano Arriaga Leija. Cada año, su figura se levanta como faro ético para recordar que la justicia no solo se estudia, también se vive. Arriaga fue más que un abogado brillante y un constituyente histórico: fue un hombre cuya visión jurídica se alimentó de un profundo sentido de fraternidad humana, filosófica y social.

Su trayectoria como jurista mostró siempre un equilibrio sorprendente entre la precisión técnica y la empatía. Para Arriaga, la ley no era un instrumento de poder, sino una brújula moral que debía orientar al país hacia un horizonte de igualdad real. La defensa de los más pobres, su impulso a la reforma agraria y su insistencia en colocar la dignidad humana al centro del proyecto nacional lo convirtieron en uno de los espíritus más avanzados del liberalismo mexicano.

En el Congreso Constituyente de 1857, su voz se volvió un punto de inflexión. Mientras otros debatían desde la política, él hablaba desde la conciencia. Su propuesta de reconocer la miseria como un problema estructural, y no como un vicio individual, fue tan revolucionaria que todavía hoy resuena como advertencia sobre lo que México puede —y debe— corregir. Arriaga no concebía un país estable sin justicia social, y esa idea, tan adelantada a su tiempo, lo transformó en referente indispensable.

Un capítulo esencial —y muchas veces poco contado— de su vida fue su paso por la masonería potosina. En aquellos círculos intelectuales encontró una fraternidad que coincidía con sus valores: libertad, igualdad y progreso. Las ideas de la Orden reforzaron su visión de que la construcción del país debía basarse en ciudadanos libres pensantes, instituciones fuertes y un compromiso ético con la comunidad. Sus contemporáneos recuerdan que su postura moderada, reflexiva y profundamente humanista era sello inequívoco de su formación masónica.

Esa influencia se reflejó en su estilo: sereno, respetuoso, argumentativo, pero firme. En él convivían el jurista riguroso y el hermano que creía en el perfeccionamiento humano. La masonería no fue un adorno en su biografía; fue el taller intelectual donde pulió muchas de las convicciones que después llevaría a la vida pública. Allí aprendió que la justicia debía unir, no dividir; iluminar, no confundir; construir, no destruir.

Entre los datos curiosos que rodean su legado, se cuenta que era capaz de sostener debates larguísimos sin levantar la voz, confiado en que la claridad era más poderosa que el volumen. También se dice que muchos jóvenes de la época buscaban su consejo por considerarlo no solo un sabio del derecho, sino un hombre de carácter templado. Y quizá el detalle más llamativo: varias de sus ideas sobre derechos sociales anticiparon debates que el país tardaría décadas en asumir plenamente.

Hoy, cuando celebramos el Día del Abogado Potosino, no evocamos solo a un profesional ejemplar, sino a un constructor de conciencia pública. Arriaga nos recuerda que ejercer el derecho es también ejercer la fraternidad: ver al otro, reconocerlo y defenderlo. Su vida marcó un camino. La tarea ahora es no permitir que ese sendero se borre.

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