La próxima vez que lances una mano al aire en piedra, papel o tijera, quizá convenga recordar que el oponente más peligroso no es quien tienes enfrente, sino el pequeño narrador interno que insiste en encontrar patrones donde no los hay. Un estudio reciente publicado en Social Cognitive and Affective Neuroscience desmonta la ilusión de control: la forma óptima de ganar es ser completamente aleatorio. El problema, claro, es que los humanos somos incapaces de lograrlo y, peor aún, nuestra mente parece programada para hacer justo lo contrario.
Para desentrañar esta paradoja, investigadores de la Universidad de Western Sydney llevaron el juego a un territorio experimental radical: 62 personas participaron en 15 mil rondas mientras su actividad cerebral era registrada con electroencefalografía. Las conclusiones fueron tan reveladoras como inquietantes. Quienes se dejaban llevar por la memoria inmediata —la jugada previa del rival o la propia— perdían con mayor frecuencia. La obsesión del cerebro por el pasado lo vuelve predecible, una condena silenciosa que pesa sobre cada gesto de la mano.
Los registros cerebrales mostraron algo aún más sorprendente: era posible anticipar con segundos de ventaja si un jugador elegiría piedra, papel o tijera. Es decir, los investigadores lograron seguir la decisión mientras se formaba, observando cómo se activaban señales neuronales vinculadas tanto a la jugada anterior como a las expectativas sobre el oponente. De pronto, aquello que creemos un acto espontáneo se reveló como una coreografía interna, construida por hábitos difíciles de abandonar.
La conducta de los participantes también expuso patrones universales: un claro favoritismo por la piedra, un rechazo casi instintivo a repetir el mismo gesto consecutivamente y una búsqueda constante de variaciones que parecen “creativas”, pero que, en realidad, alejan aún más de la aleatoriedad real. La supuesta intuición, entonces, es un lastre. Sin embargo, el estudio apunta a un resquicio estratégico: si nosotros somos previsibles, los demás también lo son. En esa lucha de patrones contra patrones, la única victoria posible tal vez esté en reconocer las trampas de nuestra propia mente.









