Fernando “El Toro” Valenzuela, aquel joven de mirada tranquila y brazo imparable que cambió la historia del beisbol, vuelve a ocupar los titulares. Esta vez no desde el montículo, sino desde el recuerdo y la gloria: el legendario lanzador mexicano ha sido nominado para ingresar al Salón de la Fama del Beisbol de las Grandes Ligas, clase 2026. Un gesto que, más que una distinción, suena a justicia poética para quien convirtió un deporte en símbolo de identidad.
Nacido en Etchohuaquila, Sonora, Valenzuela debutó en 1980 con los Dodgers de Los Ángeles y un año después rompió todas las expectativas. En 1981, con apenas veinte años, conquistó el Novato del Año y el Cy Young en la Liga Nacional, un doblete sin precedentes. Aquella temporada, bautizada como la era de la “Fernandomanía”, transformó los estadios en templos donde la afición mexicana vibraba como nunca. Valenzuela no solo lanzaba strikes: lanzaba orgullo.
Su carrera, tan sólida como entrañable, dejó un registro de más de 170 victorias, seis Juegos de Estrellas y un Guante de Oro. Pero más allá de las estadísticas, lo que lo volvió eterno fue su estilo —ese peculiar movimiento de cabeza al lanzar— y la manera en que conectó con la gente. Para muchos migrantes mexicanos en Estados Unidos, ver a “El Toro” dominar en las Grandes Ligas era, también, una forma de pertenecer.
En agosto de 2023, los Dodgers retiraron su icónico número 34 en una ceremonia que fue más un abrazo que un homenaje. El Dodger Stadium, convertido en altar de memorias, ovacionó a un hombre que llevó su historia personal más allá de la frontera. Su número, suspendido en lo alto, quedó como constancia de una lealtad mutua: la de un equipo y un pueblo hacia su héroe.
La nominación al Salón de la Fama llega desde el Comité de la Era del Beisbol Contemporáneo, que evalúa a los jugadores destacados a partir de los años ochenta. Valenzuela deberá obtener al menos el 75% de los votos para ingresar a Cooperstown, con los resultados programados para el próximo 7 de diciembre. Pero incluso sin ese porcentaje, su lugar simbólico ya está asegurado: el del pitcher que lanzó esperanzas.
Porque si algo representa Fernando Valenzuela no es solo un récord o una temporada gloriosa, sino la certeza de que un chico del norte de México pudo mirar al mundo y decir, con una pelota en la mano, que el talento no entiende de fronteras. Su postulación es, en el fondo, un homenaje a todos los que sueñan con cambiar su destino desde el diamante.









