Este año, el Xantolo, joya cultural del Día de Muertos en la región Huasteca, viajó más allá de sus tierras originarias para florecer en Morelia y Pátzcuaro. Lo que parecía un simple traslado geográfico se convirtió, en realidad, en un viaje de identidad, memoria y celebración, que permitió acercar al público a una de las expresiones más complejas y vivas de México. El Xantolo no fue solo una fiesta: fue un diálogo entre generaciones, entre vivos y muertos, entre historia y presente.
La presentación oficial estuvo marcada por la solemnidad y el entusiasmo de los secretarios de Cultura de Michoacán y San Luis Potosí, Tamara Sosa Alanís y Mario García Valdez, respectivamente. Ambos coincidieron en subrayar la relevancia de dar visibilidad a esta tradición ancestral, cuyos símbolos, máscaras y rituales revelaron siglos de mestizaje cultural, resiliencia y creatividad popular.
Las actividades comenzaron en Morelia los días 18 y 19 de octubre, con un conversatorio en el Museo del Estado que abrió las puertas al entendimiento del Xantolo como patrimonio cultural inmaterial. La jornada incluyó una caminata interactiva en la que los personajes del Xantolo cobraron vida, y un programa artístico en la Plaza Valladolid que mezcló danza, música y narrativas que atravesaron generaciones.
El día 19, Pátzcuaro se convirtió en escenario de encuentro y ritual. La Plaza Vasco de Quiroga recibió a los visitantes con un acto de apertura que combinó solemnidad y colorido, seguido por una muestra cultural donde danzas, cantos y representaciones tradicionales reflejaron la riqueza y la vitalidad de esta celebración. Cada gesto, cada máscara, cada movimiento, fue un testimonio de continuidad histórica.
Un dato curioso: en el Xantolo, las ofrendas no solo incluyeron comida y flores, sino también máscaras decoradas con motivos de la vida cotidiana y personajes que mezclaron el humor con la crítica social. Esta tradición reflejó una forma de ver el mundo donde la muerte no es ausencia, sino conversación y memoria compartida.
Más allá de la celebración visual y sensorial, el Xantolo representó un compromiso institucional y social. San Luis Potosí y Michoacán trabajaron de la mano para preservar y difundir esta herencia, entendiendo que cada máscara y cada danza eran cápsulas de historia que permitieron a los más jóvenes conocer sus raíces y a los adultos reconectarse con sus ancestros.
Al final, el Xantolo en Morelia y Pátzcuaro no fue solo un evento: se convirtió en un puente que unió regiones, culturas y tiempos. Entre colores vivos, música ancestral y pasos rítmicos, la festividad huasteca recordó que las tradiciones mexicanas son más que memorias; son historias vivas que continúan caminando, invitando a todos a ser parte de ellas.









