La mañana en la Plaza de San Pedro tuvo un aire de fiesta solemne. Miles de fieles levantaron pancartas, banderas y voces para cantar un cumpleaños distinto al habitual: no en un salón privado ni en la intimidad de una casa familiar, sino bajo el cielo romano, frente a las columnas de Bernini y ante el hombre que, desde hace más de una década, lleva el peso simbólico de la Iglesia católica. León XIV celebró setenta años de vida y lo hizo a la manera de un pastor: compartiendo con los suyos en medio de la oración dominical del Ángelus.
“Queridos míos, parece que saben que cumplo 70 años hoy”, dijo sonriente, con la naturalidad de quien equilibra entre lo humano y lo sagrado. Sus palabras resonaron con la sencillez de un hombre que, pese a la investidura, no renuncia al gesto cotidiano del agradecimiento. Dio gracias al Señor, recordó a sus padres y aplaudió, con emoción sincera, a la multitud que lo vitoreaba. Era un cumpleaños que parecía al mismo tiempo íntimo y multitudinario, privado y público, humano y litúrgico.
El Vaticano, fiel a su estilo, no organizó ninguna ceremonia especial para marcar la fecha. Ningún pastel monumental, ninguna procesión extraordinaria, ningún espectáculo más allá de lo habitual. León XIV optó por presidir una misa dedicada a los mártires del siglo XXI, una decisión que revela su carácter: más que centrar la mirada en sí mismo, quiso ponerla en aquellos que han entregado la vida por su fe. El cumpleaños se transformó así en un recordatorio de sacrificio y testimonio.
Hay, sin embargo, una belleza en los detalles que rodean la celebración. Algunos fieles llevaron flores amarillas y blancas, los colores del Vaticano, mientras otros levantaban pequeñas imágenes de su infancia, recordando que nació en un pequeño pueblo italiano, hijo de una familia modesta. En la plaza se escuchaban historias que tejían rumor y devoción: unos recordaban su sencillez como joven sacerdote, otros hablaban de su afición por la música sacra y de cómo, en su juventud, tocaba el violín en las celebraciones locales.
Un dato curioso que circulaba entre los asistentes es que León XIV comparte cumpleaños con una figura histórica: Dante Alighieri, cuya “Divina Comedia” ha sido citada más de una vez por el pontífice en sus homilías. También se comentaba que, a lo largo de su pontificado, ha roto una tradición tácita al no celebrar su cumpleaños con banquetes o recepciones diplomáticas, prefiriendo en su lugar dedicar el día a la oración comunitaria. Es un estilo que, con los años, se ha convertido en su firma pastoral: discreto, austero, pero profundamente simbólico.
El cumpleaños del papa, en suma, fue más que un número redondo: se convirtió en metáfora. No hubo fuegos artificiales ni espectáculos, pero sí un encuentro cargado de historia y espiritualidad. Setenta años de vida son también setenta años de camino: desde el niño humilde que aprendió a rezar en la cocina de su casa, hasta el hombre que hoy conduce a millones de creyentes en una de las instituciones más antiguas del mundo. En la plaza de San Pedro, entre aplausos y silencios, se celebró no solo a León XIV, sino al misterio mismo del tiempo compartido entre fe y humanidad.









