De México a Brasil, la región apuesta miles de millones en proyectos ferroviarios tras un siglo de rezago, con China como socio clave en la modernización.
El ferrocarril fue, en su momento, sinónimo de modernidad y progreso. Transformó el transporte de mercancías y personas en el siglo XIX y se convirtió en símbolo de desarrollo industrial. Sin embargo, en América Latina la historia se torció: más que un entramado nacional de movilidad, muchas líneas nacieron para conectar explotaciones agrícolas y mineras con puertos de exportación, dejando sistemas fragmentados, débiles y poco útiles para la población. Hoy, tras décadas de abandono y privatizaciones fallidas, la región busca reescribir su historia sobre rieles.
Las dificultades son claras. La geografía latinoamericana, con montañas, selvas y territorios dispersos, encarece la construcción de redes y complica la interconexión. Pero no se trata solo de un desafío físico: también hubo falta de visión de largo plazo, conflictos políticos y prioridades puestas fuera de la movilidad ciudadana. Esa desconexión dejó atrás a países como Argentina, México y Brasil, que vivieron un auge ferroviario a comienzos del siglo XX y luego cayeron en declive.
Hoy el rumbo cambia. México es ejemplo: el Tren Maya se levantó sobre antiguos recorridos para detonar el turismo en torno a tesoros arqueológicos, mientras que la administración de Claudia Sheinbaum plantea 3.000 kilómetros de nuevas vías para conectar el centro del país con Texas y Arizona. Argentina prepara inversiones por 16.000 millones de dólares en modernización con apoyo chino, mientras que Chile y Perú avanzan en corredores costeros, metros y tranvías, y Colombia se suma con proyectos de transporte urbano. Brasil, por su parte, proyecta uno de los planes más ambiciosos del continente.
En este renacer, China aparece como protagonista inevitable. Sus empresas, con experiencia en megaproyectos ferroviarios en Asia y África, son socios estratégicos en América Latina, financiando y construyendo vías. El regreso del tren a la región no solo implica nuevas rutas de pasajeros o mercancías: simboliza la posibilidad de superar un siglo de rezagos y fragmentaciones, y de volver a tender puentes entre territorios y personas. Tal vez ahora sí, sobre rieles firmes, la región pueda soñar con una red que conecte más allá de los puertos, hacia adentro y entre sí.









