Ceremonias indígenas marcan el inicio de la nueva etapa del Poder Judicial

La historia, cuando se encarna en los rituales, adquiere una fuerza casi telúrica. Así comenzó la llamada Nueva época del Poder Judicial de la Federación: no con discursos solemnes ni con el eco de un martillo sobre la madera, sino con ceremonias indígenas que dieron un respiro distinto al aire de solemnidad en Cuicuilco y en la propia Suprema Corte. La purificación y la consagración no fueron meros gestos, sino la declaración de que la justicia mexicana busca reconciliarse con las raíces que la preceden.

El acto más íntimo ocurrió dentro del edificio de la SCJN, donde médicas tradicionales de diversas regiones realizaron un ritual de limpieza espiritual. Allí, en un inmueble que fue mercado, plaza de toros y hasta espacio de gallos antes de ser tribunal, se intentó disolver viejas energías para abrir paso a un nuevo ciclo. No era un capricho folclórico, sino un intento de injertar en la piedra y en el bronce la memoria de los pueblos que habitaron esas tierras mucho antes de la República.

La segunda ceremonia, celebrada en la zona arqueológica de Cuicuilco, llevó el símbolo aún más lejos: la consagración de bastones de mando y servicio, objetos que entre las comunidades indígenas no son ornamentos, sino testigos de responsabilidad y confianza. Allí, en un círculo de piedra que los antiguos entendían como imagen del cosmos y de la eternidad, se otorgó a los ministros un recordatorio de que impartir justicia no es privilegio, sino mandato comunitario.

Un detalle curioso de esta jornada es que el nuevo presidente de la Corte, Hugo Aguilar Ortiz, abogado mixteco de Oaxaca, se convierte en el primer indígena en ocupar el cargo desde Benito Juárez, en 1858. La resonancia histórica es inevitable: Juárez emergió en un México convulso para instaurar la Reforma; Aguilar Ortiz lo hace en un país donde las tensiones entre tradición y modernidad se hacen sentir en cada rincón. También es peculiar que el edificio mismo de la Corte, con sus 33 escalones masónicos y su salón de los pasos perdidos, pareciera dialogar con el ritual indígena: dos tradiciones simbólicas que, aunque distintas, comparten el misterio de la transición.

Más allá de los títulos y las investiduras, lo vivido en estos días convierte a la Suprema Corte en un escenario cargado de símbolos que trascienden lo jurídico. Sus murales de Orozco, Cauduro y Nishizawa parecen ahora conversar con los cantos y los inciensos de las médicas tradicionales. Los bastones entregados, las puertas de bronce abiertas y el humo del copal son parte de una misma narrativa: la de un país que no se explica sin el diálogo entre lo ancestral y lo contemporáneo.

La duodécima época del Poder Judicial ha comenzado, y lo ha hecho con un gesto que busca reconciliar la institución con su memoria. Queda por verse si los nuevos ministros sabrán estar a la altura de lo que simboliza recibir un bastón de mando: escuchar al pueblo, responder a la historia y mantener vivo el fuego que los pueblos originarios, con paciencia milenaria, han sostenido hasta hoy.

Compartir post:

RECIENTES