Lo que alguna vez fue un estacionamiento común, de esos que reflejan el sol inclemente en cada metro de asfalto, hoy es un bosque en miniatura que inspira al mundo. El arboreto del Instituto de Investigaciones de Zonas Desérticas (IIZD) de la UASLP ha sido reconocido por la revista Arnoldia, publicación especializada de la Universidad de Harvard, que en su edición de verano dedicó un artículo a este ejemplo singular de cómo la infraestructura puede reconciliarse con la naturaleza.
El proyecto nació en 2013, cuando el instituto celebraba siete décadas de existencia y buscaba marcar la diferencia. El entonces director, Rogelio Aguirre, propuso un gesto insólito: transformar un espacio destinado a automóviles en un jardín vivo. Con el respaldo de académicos y personal, se comenzó a plantar, registrar y cuidar especies diversas, que poco a poco convirtieron el gris en un mosaico de verdes. El tiempo hizo el resto: una década después, el arboreto no solo embellece, también educa.
El artículo de Arnoldia, firmado por el doctor Juan Antonio Reyes Agüero junto con otros investigadores, narra esta evolución entre 2014 y 2024. Subraya la relevancia de incorporar árboles en lugares dominados por concreto y calor, además de ofrecer un catálogo de especies útiles y ornamentales para inspirar a urbanistas y estudiantes. En palabras simples, no se trata solo de plantar por plantar, sino de pensar en la biodiversidad como una herramienta de diseño urbano.
Un dato curioso es la variedad de especies que ahí conviven: encinos y ceibas, mangos y juníperos, además de ejemplares obtenidos de la Huasteca potosina para asegurar resistencia al clima local. Entre las joyas destaca el Quercus germana, productor de una de las bellotas más grandes de México. Este conjunto de 99 árboles de 54 especies distintas ocupa apenas mil 400 metros cuadrados, y sin embargo ha logrado crear una “isla verde” en medio de la ciudad, refugio inesperado de colibríes, águilas y hasta periquitos argentinos.
El camino hacia su publicación internacional tampoco fue sencillo. El manuscrito fue rechazado por varias revistas antes de ser aceptado sin mayores cambios por el editor de Arnoldia, quien incluso colaboró en su versión final en inglés. Ese reconocimiento confirma que lo sembrado en San Luis Potosí tiene resonancia global: un recordatorio de que las ciudades no están condenadas a ser desiertos de concreto.









