En las aguas tranquilas de Xochimilco, vive una criatura que parece salida de un mito prehispánico: el ajolote mexicano (Ambystoma mexicanum). Con su aspecto curioso —branquias externas, sonrisa perpetua y cuerpo de salamandra—, este animal ha capturado la fascinación de científicos de todo el mundo por una razón asombrosa: puede regenerar su cuerpo como ningún otro vertebrado conocido. Piernas, cola, corazón, pulmones, médula espinal e incluso partes del cerebro… el ajolote los reconstruye sin dejar cicatriz. Lo que en los humanos sería trauma, para el ajolote es reparación.
Aunque su existencia ya era conocida por las civilizaciones mexicas, que lo asociaban con el dios Xólotl y la dualidad vida-muerte, fue hasta el siglo XIX cuando la ciencia europea —encabezada por naturalistas como Georges Cuvier— lo estudió en profundidad. Sin embargo, fue en las últimas tres décadas que los laboratorios comenzaron a comprender la clave genética de su regeneración, gracias a tecnologías como la secuenciación del genoma y la observación celular en tiempo real.
El ajolote tiene un genoma 10 veces más grande que el humano, y en ese cúmulo de información biológica se esconden instrucciones de reparación que los científicos ahora intentan adaptar a la medicina regenerativa. La idea no es hacer que un humano vuelva a crecer un brazo perdido, al menos no todavía, sino aprender cómo evitar la fibrosis, cómo reparar tejidos cardíacos tras un infarto, cómo regenerar conexiones cerebrales después de un accidente o cómo revertir daños medulares. El ajolote se ha vuelto, en palabras de muchos expertos, «el laboratorio natural más fascinante del mundo».
Pero su importancia no es solo médica. El ajolote está en peligro crítico de extinción en su hábitat natural debido a la contaminación, la urbanización y la introducción de especies invasoras. Paradójicamente, mientras miles de ajolotes viven en laboratorios de Europa y Norteamérica, su población silvestre está al borde del colapso. Preservar su existencia no es solo proteger una especie emblemática de México, sino cuidar una posibilidad futura para la humanidad.
Tal vez el ajolote no lo sabe, pero lleva siglos cargando con él una promesa. Una promesa de curación, de ciencia y de reencuentro entre naturaleza y tecnología. Si la humanidad consigue salvarlo, él podría ayudarnos a salvarnos también.









