Imet resucita: la ciudad del Nilo que reapareció 2,400 años después

Entre las arenas movedizas del tiempo y los juncos del delta, Egipto vuelve a sacudir el polvo de la historia. Esta vez, lo ha hecho con una elegancia casi teatral: el descubrimiento de los restos de Imet, una ciudad del siglo IV a.C. que parecía más leyenda que ladrillo, vuelve a formar parte del mapa tras siglos de olvido. En la zona de Tell Nebesha, al noreste de El Cairo, arqueólogos británicos encontraron vestigios de casas-torre, almacenes de grano y elementos de la vida cotidiana que susurran, en voz baja, los hábitos de una civilización que nunca dejó de observarnos, solo esperaba ser redescubierta.

Imet no era cualquier asentamiento. Durante el Imperio Nuevo y el Período Tardío fue un hervidero de comercio, religión y cultura en pleno delta del Nilo. Una ciudad bisagra entre lo agrícola y lo divino, donde convivían lo terrenal y lo simbólico sin conflicto alguno. Así lo prueba la estela hallada, que muestra al dios Horus de pie sobre cocodrilos que sostienen serpientes: una imagen tan absurda como elocuente, que solo cobra sentido en los rituales egipcios donde la naturaleza se ordenaba según jerarquías celestiales. Y si todo eso suena alegórico, no olvidemos que también se desenterró un sistro de bronce, el instrumento favorito de la diosa Hathor, la patrona de la música, el amor y —por supuesto— las excavaciones felices.

La ironía está en que esta ciudad perdida, redescubierta gracias a imágenes satelitales de Landsat y tecnología de teledetección, alguna vez prosperó sin saber lo que era un píxel. Hoy, su trazado de adobe solo puede verse desde el cielo, como si sus ruinas se negaran a hablar con nosotros a ras de suelo. Imet, ciudad de los vivos convertida en susurro arqueológico, se alza una vez más para recordarnos que la historia no desaparece: se duerme con elegancia, esperando que alguien se digne a escucharla.

Más allá del polvo y las piedras, lo fascinante está en los detalles. Algunas de las casas-torre desenterradas contaban con múltiples niveles, una rareza para la época, lo que sugiere una densidad urbana poco común y, probablemente, una necesidad de protegerse de las frecuentes crecidas del Nilo. Además, la presencia de almacenes de grano en una región tan fértil como el delta indica que Imet no solo alimentaba bocas locales, sino que abastecía rutas comerciales más amplias. En otras palabras, era una ciudad con más estómago que ego.

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