Música para el alma: ¿Qué se escucha durante el día?, según la ciencia de la felicidad

El ser humano, criatura de hábitos y emociones, ha aprendido desde tiempos inmemoriales a acompañar sus días con música. Pero no toda melodía sirve en cualquier hora: lo que encaja al alba puede desentonar al anochecer. Hoy, la ciencia —esa vieja amiga de lo aparentemente obvio— ha comenzado a demostrar con datos lo que muchos intuían: que el tipo de música que escuchamos influye en nuestro ánimo, y que nuestra percepción musical cambia a lo largo del día como lo hacen la luz, el humor y el café.

Despertar es, para algunos, una batalla campal contra la gravedad. Sin embargo, estudios recientes señalan que es también el momento más fértil para la felicidad. La hormona cortisol, que nos mantiene alerta y listos para actuar, alcanza su punto máximo apenas abrimos los ojos. Y la música ideal para esta etapa es aquella que tenga un ritmo animado, alegre, incluso un poco descarado: canciones en tonalidad mayor, de tempo rápido, capaces de sacudir la modorra como lo haría un buen chorro de agua fría o una carcajada inesperada. Escuchar música energizante al despertar es, en términos bioquímicos, como tenderle una emboscada al mal humor matutino.

En contraste, la tarde exige una dosis de sensibilidad más equilibrada. Después del almuerzo —ese letargo traicionero del que ningún imperio ha escapado—, el cuerpo y la mente bajan el ritmo. Aquí, la antítesis entra en escena: lo que por la mañana nos daba impulso, por la tarde puede tornarse estridente. Es momento de calmar los ánimos con piezas suaves, instrumentales, quizá con tintes de jazz o chill-out. Es el instante del respiro, del reencuentro con uno mismo, de dejarse llevar por la música como un barco sin prisa que flota entre corrientes doradas.

Al caer la noche, sin embargo, el ánimo experimenta un curioso renacimiento. Algunos investigadores lo llaman el “segundo pico emocional del día”, y es justo cuando la luz declina y la vida social —o íntima— asoma su rostro. La música que mejor acompaña este tramo del crepúsculo es aquella que equilibra calidez con sofisticación: soul, bossa nova, electrónica suave. Es el sonido de las conversaciones largas, de los pensamientos que se despliegan como abanicos, del deseo de quedarse un poco más antes de entregarse al sueño. Como un buen vino, la música de la tarde-noche es densa, redonda, llena de matices.

Cuando la noche se vuelve absoluta y los relojes bostezan, la música adquiere un rol distinto: ya no empuja ni acompaña, sino que acuna. Estudios sobre neurociencia del sueño han demostrado que las piezas lentas, con patrones repetitivos y tonos graves, ayudan a reducir el ritmo cardíaco y preparan al cerebro para descansar. Aquí, el símil más certero es el de una manta sonora que cubre el cuerpo entero, envolviéndolo en ondas de tranquilidad. Y como si de un hechizo se tratara, ciertas canciones nocturnas pueden hacernos olvidar el peso del día y entrar al mundo onírico como quien atraviesa una cortina de terciopelo.

Un dato curioso: pese a la popularidad del llamado «efecto Mozart», no es la complejidad de su música lo que mejora el estado de ánimo, sino simplemente que las personas disfrutan de lo que escuchan. Así de sencillo y así de profundo. No importa si es Beethoven o Beyoncé, si provoca alegría, genera dopamina; y eso, a fin de cuentas, es lo que nos hace sentir mejor. La clave está en elegir no la música «adecuada» según una fórmula rígida, sino la que resuene contigo en ese preciso instante del día.

Compartir post:

RECIENTES