En el vasto lienzo del cosmos, un duelo titánico ha sido capturado con una claridad sin precedentes: dos galaxias, cada una con un número de estrellas similar al de nuestra propia Vía Láctea, acercándose en una danza gravitatoria que recuerda a dos caballeros medievales enfrentándose en una justa. Observadas a través de poderosos telescopios en Chile, estas colosales estructuras nos hablan de un tiempo hace más de 11 mil millones de años, cuando el universo apenas tenía una quinta parte de su edad actual. Esta imagen no es sólo un instante congelado, sino un relato de fuerzas titánicas y destinos entrelazados.
El drama se centra en el corazón de una de estas galaxias, donde un cuásar —ese faro ultraluminoso que surge del gas devorado por un agujero negro supermasivo— despliega su poder en forma de intensos haces de radiación. Esta luz, con una fuerza capaz de atravesar vastos vacíos interestelares, impacta sobre las nubes moleculares de la galaxia vecina, esas vastas regiones densas donde nacen las estrellas. Pero en lugar de fomentar el nacimiento de nuevos soles, la radiación las fragmenta en nubes demasiado pequeñas para encender procesos estelares. El resultado es una especie de herida cósmica, una interrupción en el ciclo eterno de creación.
Este fenómeno, descrito por astrónomos como único en su tipo, revela una interacción hasta ahora desconocida entre galaxias. La radiación del cuásar actúa como una lanza invisible que hiere a su oponente, reduciendo la capacidad de la galaxia afectada para formar nuevas estrellas y, por ende, alterando su evolución futura. Es una escena donde la violencia y la belleza se entrelazan, donde la creación y la destrucción caminan lado a lado en el vasto escenario del universo. Un combate no sólo de materia, sino de luz y energía.
Lo más asombroso quizá sea la escala y la potencia involucradas. El agujero negro supermasivo que alimenta al cuásar tiene una masa estimada de 200 millones de soles, una fuerza gravitacional inconmensurable que arrastra y calienta el material circundante, generando esa radiación potentísima en haces dirigidos. Comparado con el modesto agujero negro en el centro de nuestra Vía Láctea, conocido como Sagitario A*, que posee apenas 4 millones de veces la masa del Sol, este gigante es una verdadera bestia cósmica que moldea no sólo su galaxia, sino también a su vecina.
Dato curioso: La distancia que separa a la Tierra del centro de nuestra galaxia, donde se encuentra Sagitario A*, es de aproximadamente 26 mil años luz. Para ponerlo en perspectiva, la luz viaja a casi 300 mil kilómetros por segundo y tarda esos 26 mil años en llegar hasta nosotros. Mientras tanto, la radiación del cuásar en este duelo galáctico ha viajado más de 11 mil millones de años para contarnos esta historia de poder y fragilidad en el universo.









