Menos reloj, más vida: ¿cuántas horas deberíamos trabajar según la ciencia?

Mientras México discute reducir la jornada laboral, la ciencia tiene algo que decir… y no, no son 48 horas.

En México la pregunta más radical no es si debemos trabajar menos, sino por qué seguimos trabajando tanto. México, uno de los países con más horas laborales al año según la OCDE, debate reducir su jornada semanal de 48 a 40 horas. La propuesta avanza entre aplausos, resistencias empresariales y un suspiro colectivo que suena más a agotamiento que a esperanza.

La ciencia, por su parte, ya tomó partido hace tiempo. Diversos estudios neuropsicológicos y sociológicos coinciden en que el umbral de productividad humana no se estira indefinidamente. Pasadas las seis horas diarias, el rendimiento comienza a decaer como una batería sin carga rápida. En países nórdicos donde se han ensayado jornadas de cuatro días o menos horas por jornada, los resultados han sido tan contundentes como incómodos: más eficiencia, menos enfermedades, mejor vida. Sí, trabajar menos puede ser más rentable.

El debate mexicano tiene particularidades tropicales. No es lo mismo reducir jornadas en una oficina del sector financiero que en una maquiladora fronteriza. Pero el fondo es el mismo: una revisión urgente al contrato tácito que sostiene el mundo del trabajo. En tiempos donde la tecnología permite automatizar lo repetitivo y la salud mental está en crisis.

El trabajo debería ser un medio para la vida, no su ocupación total. Y sin embargo, muchas generaciones han vivido como si el trabajo fuera el único pasaporte a la dignidad. La ciencia lo contradice. La vida también. Hoy sabemos que las largas jornadas no solo dañan la mente y el cuerpo, sino que afectan la calidad de nuestras relaciones, nuestra creatividad y, paradójicamente, nuestra productividad. Es hora de ajustar el reloj a la humanidad.

Dato curioso: en los años 30, el economista John Maynard Keynes predijo que para el siglo XXI trabajaríamos solo 15 horas semanales gracias al avance tecnológico. No se equivocó en la tecnología, pero sí en la cultura del trabajo. La promesa del tiempo libre fue secuestrada por una ética productivista que aún domina el discurso.

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