México llama al Vaticano: una carta, una presidenta y un Papa recién desempacado

Como si la historia se reinventara en bucles con sotana,  la presidenta Claudia Sheinbaum anunció que México enviará una invitación formal al recién nombrado Papa León XIV. La misiva será entregada por la secretaria de gobernación directamente al Vaticano. Si el pontífice acepta, no solo pondrá pie en un país marcado por la fe y el fuego, sino que revivirá un ritual diplomático cargado de ecos, tensiones y guiños divinos.

No es la primera vez que un Papa recibe la cordialidad mexicana en papel membretado, pero el gesto no deja de tener un aire teatral. León XIV —recién ungido y aún con el aroma a incienso fresco del cónclave— tendría en México una de sus primeras visitas pastorales fuera de Roma. Y no cualquier destino: hablamos de la nación donde el catolicismo flota como bruma en el lenguaje, en la arquitectura, en los silencios…

 México ha sido siempre un escenario donde la fe y el poder se cruzan como actores que fingen no conocerse, aunque compartan camerino. Lo que cambia es el guion: ahora es una mujer presidenta quien lleva la batuta.

La eventual visita no solo reforzaría los lazos con la Santa Sede, sino que también enviaría señales de afinidad simbólica a un pueblo que, pese a la creciente diversidad espiritual, sigue reconociéndose. En pleno siglo XXI, invitar a un Papa no es solo una cortesía religiosa: es también un acto de diplomacia emocional, un espejo para el alma colectiva.

El Papa León XIV, aún desconocido para muchos fuera de la esfera eclesial, se enfrenta al reto de definirse ante una América Latina cambiante, dolida pero creyente, crítica pero devota. Su eventual paso por México podría marcar el tono de su pontificado en la región. ¿Vendrá como pastor, como estadista, como símbolo? Tal vez los tres. Tal vez ninguno. Lo cierto es que el terreno ya se está preparando.

Dato curioso: aunque el primer Papa en visitar México fue Juan Pablo II en 1979, el primer intento serio de acercamiento diplomático data de 1904, cuando Porfirio Díaz quiso congraciarse con el Vaticano… mientras aún perseguía sacerdotes. 

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