Cada año, el Viernes Santo representa una pausa solemne en el calendario cristiano: una jornada de recogimiento que conmemora la crucifixión de Jesucristo. En México y en muchas regiones del mundo, esta fecha marca el punto más reflexivo de la Semana Santa, donde las calles se llenan de procesiones, actos simbólicos y rituales que han perdurado por siglos. Más allá del carácter religioso, el Viernes Santo es también una expresión cultural viva, que conecta generaciones a través de la memoria, la fe y la identidad colectiva.
En México, esta fecha se vive con particular intensidad. Las representaciones de la Pasión de Cristo, como la de Iztapalapa en Ciudad de México, atraen a miles de espectadores cada año. Desde el amanecer, comunidades enteras se movilizan para dramatizar los últimos momentos de Jesús, con vestuarios, escenografías y una devoción que trasciende lo teatral. A lo largo del país, muchas personas guardan ayuno o realizan vigilias, mientras que otros participan en viacrucis comunitarios o montan altares en sus hogares.
En el resto del mundo, las expresiones del Viernes Santo varían según la región. En Filipinas, algunos fieles llegan a realizar actos de penitencia extrema, mientras que en España las procesiones son eventos de gran intensidad emocional y estética, con cofradías que recorren las calles acompañadas de música sacra. En Jerusalén, los peregrinos caminan por la Vía Dolorosa, reviviendo los pasos de Jesús hacia el Gólgota. Aunque diferentes en forma, todas estas manifestaciones comparten un mismo núcleo: la reflexión sobre el sacrificio, el perdón y la esperanza.
Dato curioso:
En México, la representación de la Pasión en Iztapalapa fue declarada Patrimonio Cultural Intangible de la Ciudad en 2012. Este evento, que comenzó en 1843 como una promesa para frenar una epidemia de cólera, ha crecido hasta convertirse en una tradición con más de 5,000 participantes y más de un millón de asistentes anuales. Además, en algunas comunidades indígenas, el catolicismo se ha fusionado con creencias locales, dando lugar a rituales únicos y sincréticos que hacen del Viernes Santo una experiencia profundamente mexicana.