En Santa Tulita, una comunidad enclavada en la sierra de Guadalupe y Calvo, el tiempo pareció doblarse sobre sí mismo. Ahí, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo firmó un decreto que restituyó y reconoció como propiedad comunal más de tres mil hectáreas al pueblo Ódami Malanoche. No fue solo un acto administrativo: fue la corrección tardía de una ausencia legal que durante generaciones dejó a un pueblo viviendo en tierras que siempre fueron suyas, pero que nunca habían sido nombradas como tal por el Estado.
La mandataria habló de justicia histórica, y no como una consigna retórica. Recordó que estos territorios no se entregan, se devuelven, y que el reconocimiento legal apenas alcanza a ponerse al día con una verdad más antigua que cualquier escritura. En ese gesto, reafirmó el compromiso de su gobierno con el artículo segundo constitucional, que reconoce a los pueblos indígenas como sujetos de derecho público, con control sobre sus territorios y sus recursos naturales.
La restitución no llegó sola. Sheinbaum anunció que las familias beneficiadas serán incorporadas al programa Sembrando Vida, con proyectos forestales y agrícolas pensados desde la vocación del territorio. También adelantó que para el próximo año se fortalecerá el Fondo de Aportaciones para la Infraestructura Social dirigido a pueblos indígenas y afromexicanos, con una premisa clara: que sean las propias comunidades quienes decidan el destino de esos recursos.
Durante el encuentro, las voces locales tomaron la palabra para hablar de lo cotidiano: caminos que no llegan, electricidad intermitente, atención médica distante, escuelas con carencias y una seguridad frágil. La presidenta se comprometió a impulsar pequeños centros de salud, buscar esquemas que permitan la permanencia de personal médico y coordinar acciones con autoridades estatales y la Guardia Nacional para atender las necesidades más urgentes de la región.
Al final, los representantes comunitarios agradecieron la restitución como quien cierra una herida abierta por décadas. Dijeron que esta tierra fue reclamada por abuelos y bisabuelos que no alcanzaron a verla reconocida, y pidieron que el proceso continúe para otros pueblos. Entre palabras sencillas y silencios densos, quedó claro que la historia no siempre avanza hacia adelante: a veces, para ser justa, tiene que volver al origen.








