En los pasillos del conocimiento, donde las ideas viajan más lejos que los mapas, una estudiante potosina hizo escuchar su nombre. Karla Daniela García Silva, alumna de Ingeniería Ambiental de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, fue reconocida en Bogotá, Colombia, con el Cuarto Premio Francisco Rodríguez Reynosa, en la categoría de Investigador Joven, durante un congreso internacional dedicado a la absorción, la catálisis y los materiales porosos. No es un galardón menor: es una conversación directa con la ciencia que se piensa a escala global.
El proyecto premiado lleva un título tan preciso como ambicioso: la evaluación de compósitos de quitosano y zeolita para remover plomo y cadmio del agua. Bajo la asesoría del doctor Alfredo Israel Flores Rojas, la investigación propone alternativas verdes y responsables para enfrentar uno de los dilemas más antiguos y urgentes de la humanidad: cómo purificar el agua sin contaminar aún más el mundo que se intenta salvar.
La experiencia, relató la joven investigadora, fue tan formativa como exigente. Su trabajo fue evaluado junto a decenas de proyectos provenientes de distintos países, en un ejercicio que puso a prueba no solo la solidez científica, sino la claridad narrativa del proceso de investigación. Esa misma disciplina le permitió avanzar hacia una modalidad de titulación reservada para quienes logran convertir su trabajo en conocimiento publicable: el artículo científico.
El corazón del estudio se encuentra en un material híbrido, casi humilde en apariencia, con forma de pequeña perla gelatinosa. Compuesto por quitosano y zeolita, este biopolímero demostró una notable capacidad para absorber metales pesados en soluciones acuosas, alcanzando niveles de remoción de plomo que confirman su viabilidad. Es ciencia que no presume, pero funciona; innovación que no grita, pero resuelve.
Más allá del premio, la investigación abre una puerta simbólica y real. Para la estudiante, representa la culminación de una etapa académica que solo espera el cierre de sus prácticas profesionales. Para su asesor y para la universidad, es la confirmación de que formar investigadores no consiste únicamente en enseñar técnicas, sino en acompañar procesos capaces de generar conocimiento con impacto social. En tiempos de crisis hídrica, que una joven científica piense el agua desde la responsabilidad ambiental no es solo una buena noticia: es una esperanza razonada.








